Detrás del proyecto se encontraba un fotógrafo casi cincuentón llamado Larry Clark. Su prestigio se había labrado en los 70, con un libro titulado Tulsa en el que retrataba con crudeza a la comunidad drogodependiente de Oklahoma, a la que él mismo pertenecía. Rehabilitado de su adicción a la heroína, se plantó en la neoyorquina Washington Square y observó a los skaters que allí se juntaban. Casi todos provenían de familias desestructuradas y encontraban en sus compañeros de tabla el hogar que nunca habían tenido.
Ninguno de ellos, hoy famosos, aparece en Cuando fuimos Kids, el documental sobre el rodaje del filme. El director, el australiano Eddie Martin, se centra en el antes y después de los chicos de la calle, los auténticos protagonistas de la película. Se posiciona claramente en contra de los profesionales y a favor de los amateurs. Su mensaje es claro: Clark y Korine se aprovecharon de unos muchachos provenientes de familias desestructuradas y desfavorecidas para triunfar artísticamente.
Hablan los supervivientes, que narran la trágica historia de dos de sus protagonistas: Justin Pierce, el chico que interpretaba a Casper, “el fantasma más yonqui de la ciudad”, que acabó por ahorcarse en Las Vegas; y Harold Hunter, el chico del pene sonoro, que murió de sobredosis a los 31 años. Recuerdan la dura vida de los bloques habitacionales neoyorquinos en los 90 o la imposibilidad de tener un futuro.
Declaran que la esperanza de salir en una película, de conseguir una fama llovida del cielo era un caramelo envenenado.